Participan: Marga Mediavilla y Florent Marcellesi.
17 de marzo a las 19.00h. HIKA ATENEO
Página web de la presentación
"Cuando decimos que es la Última Llamada es porque esto se
acaba, ya hemos empezado la cuesta abajo y la tecnología no nos va a
salvar".
(Marga Mediavilla)
En estos días un grupo de científicos, ecologistas y
activistas sociales hemos redactado un manifiesto para llamar la atención sobre
un tema que está ausente de la mayor parte de los debates políticos y cuya
importancia, creemos, es enorme.
Cuando uno quiere llamar la atención lanza frases de urgencia, y, por ello, el manifiesto se titula “Última llamada. Esto es más que una crisis económica y de régimen: es una crisis de civilización”.
Desgraciadamente esta sociedad está demasiado acostumbrada a la
urgencia y, quienes no conocen los datos básicos, nos pueden tachar de
alarmistas y contestar con el típico mantra que se suele aplicar a estos
casos: “ya muchos antes han profetizado el fin del mundo y eso nunca ha sucedido”.
Por ello me gustaría pedir a las lectoras y lectores que nos den,
simplemente, un momento para explicarnos. Antes de acusarnos de fustigar
las conciencias con “sermones sobre el Apocalipsis”, por favor,
escuchen por qué decimos que, ahora especialmente, estamos viviendo una última llamada.
En estos primeros años del siglo XXI la humanidad está viviendo un
momento especialmente crítico porque nos enfrentamos al deterioro de
todos los recursos naturales sobre los que descansa nuestra
civilización. Muchas personas son conscientes del problema que suponen
la contaminación o el cambio climático, pero estos no son los únicos
problemas globales que tenemos. Mucho menos conocidos, pero mucho más
obvios, son los problemas relacionados con la escasez de recursos
naturales (deterioro de acuíferos, tierras fértiles, pesquerías) y,
además un problema especialmente importante para la tecnología: el
agotamiento de los combustibles fósiles de los que depende el 80% de
nuestra energía.
De todos estos límites naturales quizá el energético sea el más
decisivo y, probablemente, también el más desconocido. Es decisivo
porque toda la tecnología descansa sobre el uso de energía y porque gran
parte de las soluciones a problemas como el agotamiento de las tierras
fértiles, los acuíferos o el cambio climático, también requieren de
energía para poder ser contrarrestados.
Los combustibles
fósiles están empezando a dar señales de agotamiento, especialmente el
más versátil y utilizado: el petróleo. En las revistas científicas (ver
figura 1) ya hace tiempo que se habla ampliamente de un fenómeno
conocido como cenit o pico del petróleo (“peak oil”) que nos
dice que, cuando los pozos empiezan a mostrar signos de agotamiento, la
extracción se hace forzosamente más lenta. Este fenómeno se está
observando ya: la producción de petróleo crudo está cayendo desde el año
2006. Los sustitutos a este petróleo barato y fácil de extraer (como
los extraídos mediante fractura hidráulica, de peor calidad y mucho más
contaminantes) apenas están consiguiendo aumentar la producción y los
expertos coinciden en que antes de 2020 veremos una disminución neta de
la producción de petróleo mundial (más detalles).
Si el declive del petróleo se está observando en esta década, el del
gas natural se prevé antes de 2035 y el cenit del carbón y el uranio,
aunque pueden demorarse un poco más, tendrá probablemente lugar
alrededor de 2050 (dependiendo de hasta qué punto su explotación aumente
para compensar el declive del gas y el petróleo).
Ante este
hecho, una se pregunta si la tecnología va a ser capaz de
proporcionarnos alternativas en forma de energías renovables, fusión o
tecnologías del hidrógeno. Esta pregunta es la que nuestro grupo de investigación
ha intentando responder con un estudio que hemos llevado a cabo en los
últimos siete años. Para ello hemos realizado un análisis detallado de
los recursos energéticos mundiales y las tecnologías alternativas con
ayuda de simulaciones matemáticas por ordenador. Ello nos ofrece una
perspectiva muy amplia de lo que probablemente va a ser el futuro
energético del siglo XXI (trabajos anteriores sobre aspectos parciales
se pueden ver aquí, y aquí).
Los resultados se pueden resumir en las gráficas de la figura 2. En
ellas comparamos la demanda de energía mundial que tendría lugar si
continuamos con las tendencias actuales de crecimiento económico y
mejora de la eficiencia, con la producción máxima de energía de todo
tipo que vamos a poder poner en marcha.
Las conclusiones del estudio son claras: no tenemos tiempo.
Deberíamos haber empezado el cambio tecnológico unas décadas antes. En
estos momentos las energías alternativas no pueden compensar el declive,
especialmente por la falta de sustitutos a los combustibles líquidos,
muy dependientes del petróleo. Si hubiera tecnologías mejores por
descubrir, no van a llegar a tiempo, porque la tecnología necesita
décadas para su desarrollo y el declive empieza ya. Esto quiere decir
que vamos a vivir un descenso global de la energía, que va a ser
especialmente importante en esta misma década para el sector del
transporte.
Estamos empezando la cuesta abajo. Hemos vivido siglos de constante
aumento del consumo apoyándonos sobre la energía abundante de los
combustibles fósiles y ahora esa energía empieza a disminuir. Empujados
por la dinámica demencial de una sociedad basada en el crecimiento,
hemos dormido durante décadas cerrando los ojos a lo obvio: los
combustibles fósiles no pueden durar siempre.
El pico del petróleo y el cambio climático nos dicen claramente una cosa: ya hemos perdido el avión. El avión
de un futuro de consumo creciente impulsado por un fabuloso desarrollo
tecnológico se ha marchado ya. Es inútil quedarnos en el aeropuerto
esperando a ver si viene otro. En estos momentos lo que tenemos que
hacer es ir corriendo a la estación a ver si todavía podemos coger el
tren. El tren de un modelo de desarrollo basado en
energías renovables y compatible con el Planeta está en el andén, pero
tampoco espera y los altavoces de la estación están dando el aviso de
salida.
Podemos oír las llamadas de urgencia como la que pretende ser nuestro
manifiesto, asustarnos un poco y correr al andén… pero también podemos
descalificar a los “agoreros”, quedarnos sentados esperando que nos
salve la tecnología y perder el tren. Eso no sería el fin del mundo.
Si perdemos el tren de una sociedad industrial sostenible, la vida en
el Planeta probablemente continuará y no será el fin de la raza humana.
Lo que pasa es que solo nos quedará la opción de realizar el viaje en
bicicleta. Nos veremos, probablemente, embarcarnos en un
turbulento siglo de guerras por los recursos, estados de caos social,
destrucción y declive tecnológico hasta que las sociedades humanas se
acomoden a civilizaciones sostenibles con niveles de vida mucho más
modestos que los actuales y en un mundo de recursos escasos.
No es cuestión de que cunda el pánico pero sí tenemos que darnos
prisa. Una civilización basada en energías renovables, que no
sobrexplote los ecosistemas y que mantenga un nivel de vida aceptable
para toda la población humana todavía es posible, pero sería una
sociedad muy diferente a la que conocemos. Tenemos que realizar un
cambio de una magnitud enorme, y eso no se puede hacer en dos días. La
transición es posible, pero tenemos que abrir los ojos y hacer caso a
los avisos. El tren no espera.
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